martes, 11 de noviembre de 2008


Él la contempló hasta que ella abrió un ojo y luego otro y al fin sonrió, serena.
Desde que habían celebrado su boda, se acostumbró a ver a su señor ya levantado aguardando a que ella despertara.
-No quiero perderme un minuto de tí -le dijo él, justificando su tierna espera.
-Y yo no quiero despertarme un día y que tú no estés a mi lado. No podría soportarlo.
Al decir estas palabras, un escalofrío involuntario le recorrió el cuerpo. Durante tantos años se había negado al amor de los hombres, y a la pasión que su belleza provocaba, que ahora esos tiempos le parecían remotos recuerdos de otra vida. Ella no podía vivir sin los ojos de su amado.

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